Él tenía por costumbre soñarla de vez en cuando.
En sueños, él la invitaba a las cosas que ella no era capaz ni de imaginar cuando era consciente. Despertaba en medio de la noche, solo, sudoroso, despeinado y con el pijama hecho jirones. Así que decidió dormir desnudo. En la ducha, por las mañanas, repasaba los caminos que habían recorrido los dedos del amante en su cuerpo y tan sólo con el recuerdo se estremecía. El encuentro de los cuerpos era tan feroz, tan patente, tan inmenso, que él empezó a decir que estaba comprometido, aunque nadie en el mundo se parecía a la chica de sus sueños.
Llegó un momento en el que no pasaba ninguna noche en vela por no dejarla plantada. Su cita terminó por convertirse en diaria, perdón, en nocturnaria.
Pero en una ocasión la vio. En la realidad, pisando las calles. Estaba, Existía, era real. Se miraron, se sonrieron como si se conocieran de mucho tiempo atrás y en ese momento fue cuando se acabó el sueño.
En sueños, él la invitaba a las cosas que ella no era capaz ni de imaginar cuando era consciente. Despertaba en medio de la noche, solo, sudoroso, despeinado y con el pijama hecho jirones. Así que decidió dormir desnudo. En la ducha, por las mañanas, repasaba los caminos que habían recorrido los dedos del amante en su cuerpo y tan sólo con el recuerdo se estremecía. El encuentro de los cuerpos era tan feroz, tan patente, tan inmenso, que él empezó a decir que estaba comprometido, aunque nadie en el mundo se parecía a la chica de sus sueños.
Llegó un momento en el que no pasaba ninguna noche en vela por no dejarla plantada. Su cita terminó por convertirse en diaria, perdón, en nocturnaria.
Pero en una ocasión la vio. En la realidad, pisando las calles. Estaba, Existía, era real. Se miraron, se sonrieron como si se conocieran de mucho tiempo atrás y en ese momento fue cuando se acabó el sueño.
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