A veces me parece que empecé a escribirle esta carta hace años y que todavía no he sido capaz de terminarla. Ha pasado mucho tiempo desde que le vi por última vez, muchas cosas terribles y mezquinas, sin embargo no hay día en que no me acuerde de usted y me pregunte dónde estará, si habrá encontrado la paz, si estará escribiendo, si se habrá convertido en un cascarrabias, si estará enamorado o si se acordará de nosotros, de la pequeña librería Sempere e Hijos y de la peor ayudante que nunca tuvo.
Me temo que se marchó usted sin enseñarme a escribir y no sé ni por dónde empezar a poner en palabras todo lo que quisiera decirle. Me gustaría que supiese que he sido feliz, que gracias a usted encontré a un hombre al que he querido y que me ha querido y que juntos hemos tenido un hijo, Daniel, al que siempre hablo de usted y que ha dado un sentido a mi vida que ni todos los libros del mundo podrían ni empezar a explicar.
Nadie lo sabe, pero a veces todavía vuelvo a aquel muelle en que le vi partir para siempre y me siento un rato, sola, a esperar como si creyese que fuese usted a volver. Si lo hiciese comprobaría, que, pese a todo lo que ha pasado, la librería sigue abierta, que el solar donde se alzaba la casa de la torre sigue vacío, que todas las mentiras que se dijeron de usted han sido olvidadas y que en estas calles hay tanta gente que tiene el alma manchada de sangre que ya no se atreven ni a recordar y cuando lo hacen se mienten a sí mismos porque no se pueden mirar al espejo. En la librería seguimos vendiendo sus libros pero bajo mano, porque han sido declarados inmorales y el país se ha llenado de más gente que quiere destruir y quemar libros de quienes quieren leerlos.
Corren malos tiempos y a menudo creo que se avecinan peores.
Mi esposo y los médicos creen que me engañan, pero sé que me queda poco tiempo. Sé que moriré pronto y que cuando reciba usted esta carta ya no estaré aquí. Por eso quería escribirle, porque quería que supiese que no tengo miedo, que mi único pesar es que dejaré a un hombre bueno que me ha dado la vida y a mi Daniel solos en un mundo que cada día, me parece, es más como usted decía que era y no como yo quería creer que podría ser.
Quería escribirle para que supiera que pese a todo, he vivido y estoy agradecida de haberle conocido y haber sido su amiga. Quería escribirle porque me gustaría que me recordase y que, algún día, si tiene usted a alguien como yo tengo a mi pequeño Daniel, le hable de mí y que con sus palabras me haga vivir para siempre.
Le quiere,
ISABELLA