Ternura y magia. Tranquilidad y puede que seguridad. Muchos besos y también caricias. Miradas que desnudan y palabras que no se entienden. El inglés siempre fue mi talón de Aquiles. Y sobre todo, amor de imprevisto. De casualidad. Sin saberlo.
Así fue como una noche cualquiera lo conocí. Bajo la música estridente y los haces de los focos. Entre las miradas de la gente y cierto olor a alcohol. Sin saberlo, sin haberlo planeado, allí estaba él, esperandome. Yo había llegado vestido para la ocasión, sin reparar mucho en la ropa. Porque aquella noche, era una noche cualquiera. Pero algo la hizo diferente. Rara, digo, especial. Puede que fueran las copas de más o el azul de sus ojos mirándome. O tal vez su sonrisa juguetona con la que se acercaba a mi cara.
El caso es que allí estaba yo, ajeno a todo lo que estaba por pasar. A todo lo que estaba por sentir. Y de repente pasó, no sé si la música se paró o fuimos nosotros los que la paramos. Pero de repente ya no estábamos encima de la tarima, ni había música, ni gente. De hecho, ya ni bailábamos, sólo nos fundíamos. Allí tan solo estuvimos nosotros. Y en aquel beso se me quedó algo. No sé el qué, pero desde entonces lo siento: él se quedó con algo de mi. Pocos días han pasado y ya parece como si nunca nos hubiéramos conocido.
Por suerte, las fotos no mienten. Nos conocimos, bailamos, me besaste, te besé, bebimos, nos casaron, dijimos que sí, nos volvimos a besar, bebimos otra vez, nos sacaron fotos y la noche pasó de ser cualquier noche a ser especial. El taxi te recogió y en la despedida ya se olía la bienvenida: "I think you should come back to London with me por cierto!" sentenciaste.
La noche efímera y el azul de sus ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario