Mira que te lo advertí. Y aún así, volvió a pasar. Te volviste a equivocar. Y hora sientes que cada equivocación pesa más que la anterior. Que cada error, por pequeño que sea, duele más. Y te dices a ti mismo, "esta vez será la última". Aunque sabes de sobra que volverás a caer, y lo harás hasta que encuentres a la persona definitiva. Sí, ya lo sé. Gracias. Pero no quiero tener que estar dándome de bruces contra la pared, barriendo mis cachitos y volviéndolos a juntar con la esperanza de que esa vez será la última, para que otra vez vuelva a pasar. No, no quiero eso.
Dicen que quien no arriesga no gana, pero yo estoy cansado de arriesgar sin ganar. Y es posible, más que posible de hecho, que haya ganado momentos que nunca se repetirán, sí, sí, eso también lo sé. Pero de momentos no se vive. No puedo pasarme la vida viviendo de recuerdos, arraigado al pasado. Pensando en lo que fue y ya no será. Pensando, en la caprichosa forma que tuvo la suerte de hacer que nos conociéramos. Pensando en que éramos tan opuestos y en lo mucho que me gustaba que así fuera.
Sin embargo, dejaste de estar. Empezaste con muchas ganas y terminaste perdiendo el interés. No sé si fui yo, si fue otra persona o fue cosa del viento, que se abrió paso entre nosotros casi sin darnos cuenta. Lo que está claro es que tus WhatsApp fueron dejando de llegar poco a poco. Al principio no tanto... "Perdona, estaba trabajando" o "Guapo! te escribí pero no se envió"; después se acentúo... "Necesitaba desconectar, mañana hablamos" o "Me quedé sin batería y no tenía el cargador". No sé si mentiras piadosas sin intención de herir, que hasta tú mismo te llegaste a creer. Pero ahí estaban, las señales que no vi. Y cuando te quisiste dar cuenta, mi chat estaba ya tan abajo en la lista que pensaste que era mejor dejarlo ahí. Fue así como WhatsApp te dijo que ya te habías olvidado de alguien que estaba al otro lado del teclado esperando una respuesta. La que nunca llegó. La que puede que a día de hoy, siga esperando.
Me dijiste que sentías que tenías que tirar de mi, y que eso te cansó. Que te pedía mucho y que te entregaba muy poco. Lo que no sabías y ahora ya da igual, es que estaba preparado. Preparado para esperarte en el portal de tu casa con un maratón de pelis y comida china debajo del brazo. Preparado para colmarte de besos de madrugada bajo la manta mientras el frío congelaba Madrid. Preparado, para escucharte sin límites, con lo importante que es tener a alguien que lo haga. Preparado, incluso, para que conocieras de dónde vengo. Para tantas cosas estaba preparado... Que si sólo una señal en el mundo, que si sólo alguien me hubiera dicho que lo querías, lo habría hecho. Pero no fue así. Ninguna señal en el mundo me hizo saber que lo estabas esperando. Y tampoco nadie me lo dijo, ni siquiera tú. El mismo que luego me lo recriminó.
En fin, ahora aseguras que ya no sientes las energías para seguir, que no te sientes motivado. Yo por ti lo habría vuelto a intentar. Genial, yo para el 2017 me he propuesto ser adivino. Para que la próxima vez que alguien quiera más de mi y no me lo diga, no quedarme a las puertas del amor. Para que la próxima vez que me sienta preparado a abrirme en canal a una persona, no me quede con las ganas.
Y sí, sí, ya lo sé... no llegamos a ser nada, aunque siempre hubiera algo. Y en teoría, tampoco se puede echar de menos lo que ni si quiera llegó a empezar. Pero te echo de menos. Supongo que con el tiempo pasará, pero ahora lo noto fuerte. Por suerte, después del invierno, llegará la primavera y todo volverá a ser como antes (de conocerte).
Feliz navidad, J.
De antes de perdernos.