Que el 2015 ha sido un año de mierda se dice y se reconoce como algo tan normal. Pues así ha sido. Y no hay nada mejor que ser sincero con uno mismo para después serlo con el resto. Que el 2015 nos ha traído más que penas que alegrías, pues también se acepta y ya está. No hay de malo en reconocer las cosas, siempre y cuando, aprendamos de ellas. Y yo, ya tengo una masterclass en esto.
Así que agradecerle algo a éste año sería como darle las gracias a alguien que no ha dejado de darte patadas. Y como yo, por el momento, no soy masoquista, no voy a agradecer nada. Aunque no estaría siendo del todo sincero si no diría que de éste año me llevo algunos momentos que intentaré cuidar, mimar e incluso, recrear en el 2016.
Pero por suerte, después de lo malo, viene lo bueno. O al menos, eso nos dicen prácticamente todas las películas. Aunque también es cierto que a las pelis se les olvida recordarnos el pequeño detalle de que el hecho de que después de algo malo llegue algo bueno, va a depender en un 80% de los casos, de nosotros mismos. Porque claro, quejarse, culpar al mundo y decir lo mala que es la vida es muy fácil. Mucho más fácil que aprovechar lo malo para impulsarte a lo bueno. Mucho, pero mucho más fácil. Te lo digo yo, que no he hecho otra bendita cosa en éste maldito año. Y como resultado, aquí me tienes. Intentando a última hora irme de aquí con un buen sabor de boca.
De modo, que a ti, 2015, tan solo quiero decirte que nunca debiste haber venido. Porque me diste el caramelo y luego me lo quitaste. Porque conseguiste hacerme la persona más infeliz e impotente. Porque no me concediste ni una sola bendita tregua. Y absolutamente nada de lo que te pedí me lo diste. Así que adiós, siento decir que no fue un placer.
Y a ti, 2016, que llegas con una mano delante y otra detrás, no te voy a exigir mucho, tan sólo que no seas muy ruidoso y que me devuelvas, al menos, la sonrisa permanente. ¡Bienvenido!