Alguien a quien creí conocer una vez, me enseñó a no decir adiós. Decía que era una palabra muy fea de la que no sabemos ni lo que va a durar. Así que, desde entonces, nunca volví ni tan si quiera a susurrarla. Pero hoy es un buen día para romper con esas viejas promesas del pasado y escribir: Adiós.
Adiós, veintiuno. Adiós de la forma más grande y contundente que se pueda. Adiós, con gritos y a los cuatro vientos. Adiós, para siempre. Y es que, que curiosa la vida que cuando menos quieres algo, más intenso te lo da. Porque claro, quizás todo lo mal que me has tratado se deba a que yo no te pedí que vinieras. Ya que nunca me han gustado los impares y tú eras más impar que ninguno. Pues bien, ya me la has devuelto. Yo no te quería y tú despecho me golpeó donde más me dolía. Mi peor año, el más dañino. Mi cicatriz para toda la vida. Porque los que creen que la esperanza es lo último que se pierde no la habían depositado en ti. Y qué decepción me he llevado. Aunque mirándolo por el lado positivo, ese que todo el mundo cree que las cosas deben tener, si algo he aprendido de ti, es que las leyes de Murphy son ciertas, ya que si algo puede salir mal, saldrá peor. Gracias.
Y, por fin, bienvenidos veintidós. Bienvenidos de la forma más grande y calurosa que se pueda. Bienvenidos, con flores y las manos abiertas de par en par. Bienvenidos, mientras tanto. Este año, queridos veintidós, tenéis doble trabajo porque pienso pediros todo lo que a los veintiuno se les olvidó y más. Este año quiero que esté cargado de alegría, de sueños y metas, de estancias en hoteles, en vez de hospitales, de viajes programados, no de urgencias. De navidades en familia, no a kilómetros. De festivales y conciertos. De Madrid, de mucho Madrid. De sorpresas e ilusión. Sobre todo de ilusión. De salud, de muchísima salud y de amor. Y por supuesto, ser como aquellos. Como aquellos que ya no están pero han dejado su legado en obras, vestidos, libros, esculturas, en museos y nombres de calles, en definitiva: llegar lejos. Eso pido este año.
Por último, quiero agradecer a todas y cada una de las personas que conocí en un momento u otro de éste caótico año y que se han convertido en un trozito de mi. Porque los lugares en sí, no valen nada, lo que vale son las personas que lo habitan. Y Madrid no es tan genial porque esté llena de Museos 0 se pueda salir de fiesta de lunes a domingo (qué también jeje) sino por las personas que allí viven. Así que, gracias. También, a los que siempre han estado, y que siguen haciendo lo imposible, mil gracias, por todo lo bueno incluso cuando todo estaba patas arribas. Por saber qué decir o qué hacer en el momento adecuado.
Post Data:
La ventana que siempre se abre cuando se cierra una puerta ya no está tan cansada, porque al final, le estamos haciendo un poquito de caso. Un poquito. Que ya es algo, ¿no?