Y quizá con tu marcha yo empecé a construir mi castillo. Frío. Grande. Y con la soledad abundando por cada rincón. Y quizá eso me afectó más de lo que siempre quise admitir. Pero la verdad es que nunca he sabido como decirte adiós. Quizá porque nunca quise hacerlo. Y las cosas a la fuerza nunca salen bien. Podíamos haberlo tenido todo. Y más. Podíamos haber volado como siempre habíamos soñado. Quizá nunca debimos encontrarnos. O quizá sí. Y la única realidad es que yo, el de entonces, ya no soy el mismo. Sin saber cómo, sin saber por qué, me sorprendo a mi mismo reflejandome en el espejo y viendo a otra persona que no soy yo. Enajenación. Dicen que se llama. Y me duelen todos los días que puse mi sonrisa a tu nombre. Me duelen todos los besos y todas las noches abrazados, haciendo que dormía, como escusa para estar cerca de ti. Sintiendo tu piel. Sintiendo tu calor. Y tus respiraciones. Me hacía sentir vivo. "Me hacía...". Y no sé en qué momento todo se truncó. Pero pasó. Y es que ya me han vuelto a cambiar de sitio las salidas del laberinto. Y es que así, ¿como no me voy a perder? Pero voy a salir de esta, aunque no sé porque puerta, porque ni si quiera sé como entré.
Se me había caído el alma a los pies. Y ahora ya comprendo por qué los tengo tan fríos.